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Matilde Alba Swann



Palabras a un Dios pobre



No pondré mis zapatos, buen Dios,
quiero que sepas,
que creo en ti de veras.

Tú sabes bien, si es cierto
que estás en todas partes,
que sin manos unidas
y sin hincarme al suelo,
contigo cuento siempre
y en ti, vuelco mi gota
de acíbar
ya crecida.

Te pienso un Dios pequeño,
de mi misma estatura, andrajos,
sensitivo, tal vez cabello lacio
y pecoso, y travieso.

Yo sé que si pudieras andar
la senda nuestra,
vendrías con tu juego de estrellas
encendidas, al sitio de los niños
ya adultos de tiniebla.

Si tú fueras de beso, de voz
y de caricia, esta noche pondría
mis zapatos, segura
de hallar mañana en ellos
la muñeca que quiero.

Fatal es que no puedas descender
de las nubes, resbalarte del viento,
y entonces, qué otra cosa...?
Por no mirar el rostro sin culpa
de mis padres, pidiendo penitentes
perdón por su pobreza.
Por no escuchar ausencia de pasos
que me ignoren, recogeré temprano,
y cerraré muy prietos los ojos
a la fiesta.

Es que rueda una rueda redonda
de milagros, y tal vez para niños
que nunca
te quisieron, y nunca precisaron
creer, en el milagro.
Nos dormiremos juntos,
tampoco a ti, este año, te llegará
el regalo
de un mundo de hombres buenos.

Los dos estamos solos, y tristes,
y cansados,
los dos haremos juntos
el camino desierto,
de esta noche de luces,
oscura
en mis zapatos.