Una sirena eterna (I)

Isolda Dosamantes

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Abre sus fauces en la noche que despliega una luz trémula, olor a gato invade las paredes, enrojecen sus ojos por la presencia del humo de cannãbis, que asalta ya su sangre.

Nada ha cambiado.
El mismo pantalón de hace diez años,
el agua de colonia,
la barba que desliza por mis muslos.
Sólo en el rincón más escondido de sus ojos,
hay una lágrima en silencio.


Abre sus fauces, sus uñas son garras que arañan un costado, su boca se concentra en desgajar los senos de la muchacha que mira las estrellas entrar por la rendija de una cortina que cubre la ventana.

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