Jacobo Fijman

Jacobo Fijman nació en Besarabia (hoy Moldova ) el 25 de enero de 1898 y falleció en Buenos Aires en 1970. Pese a ser uno de los escritores más distinguidos de toda la vanguardia argentina, sus creaciones han intentado silenciarse de diversas formas.
La obra de Fijman puede dividirse en dos partes bien definidas y a lo largo de ella puede notarse una evolución clara; pasando de un registro de vanguardia hasta alcanzar una poesía con marcados rasgos místicos. El propio poeta vivió un cambio espiritual que lo llevó del descreimiento absoluto a la creencia cristiana.
Entre sus obras podemos mencionar "Molino rojo", "Hecho de estampas", "Estrella de la mañana" y "Romance del vértigo perfecto"; en este último puede notarse una poesía que se acerca tanto a la música que roza los límites que dividen ambas artes y un estilo vanguardista pero afirmado en un léxico un poco arcaico que podría ubicar su poesía en un registro clásico.
En lo que respecta a su vida privada es importante mencionar que pasó muchos años de su vida internado en un hospicio para enfermos mentales, muriendo en ese lugar, absolutamente solo y abandonado incluso de aquéllos que se habían dicho sus amigos.

Poemas de Jacobo Fijman

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Jacobo Fijman:

Ha caído mi voz...

Ha caído mi voz, mi última voz, que aún guarda mi nombre. 

Mi voz: 
Pequeña línea, pequeña canción que nos separa de las cosas. 

Estamos lejos de mi voz y el mundo, vestidos de humedades blancas. 

Estamos en el mundo y con los ojos en la noche. 
Mi voz es fría y sucia como la piel de los muertos. 
  
  
  
  

Canto del cisne

 Demencia:
el camino más alto y más desierto.

  Oficios de las máscaras absurdas; pero tan humanas.
Roncan los extravíos;
tosen las muecas
y descargan sus golpes,
afónicas lamentaciones.

  Semblantes inflamados;
dilatación vidriosa de los ojos
en el camino más alto y más desierto.

  Se erizan los cabellos del espanto.

  La mucha luz alaba su inocencia.

  El patio del hospicio es como un banco
a lo largo del muro.

  Cuerdas de los silencios más eternos.

Me hago la señal de la cruz a pesar de ser judío.

  ¿A quién llamar?
¿A quién llamar desde el camino
tan alto y tan desierto?

  Se acerca Dios en pilchas de loquero,
y ahorca mi gañote
con sus enormes manos sarmentosas;
y mi canto se enrosca en el desierto.

  ¡Piedad!

  El timbre de mis ojos
esparce intimidad.
Mi piedad de rodillas
se arroba en los suspiros del ocaso
(palomas de violeta)
  ¡Mis manos palpan el color de misa!

Crepúsculo

  Ponderan los ocasos gustos violetas.
Un árbol negro, un árbol blanco, un árbol verde
cuelgan sus blusas
en la inmovilidad.

  Ha cerrado sus párpados el viento.

  Luces deshechas;
pétalos estrujados
en superposiciones.

  Ponderan los ocasos gustos violetas.

Ha entrado la noche...

Ha entrado la noche, 

la noche de los días con sus noches, la tierras 

frías y los bosques muertos. 

  

Ha entrado la noche de la carne y de los sentidos, 

la noche de las tierras caídas y los cielos muertos. 

  

A la luz del alma crece tu alma, creció mi alma; 

a la luz del alma padecemos en cosas, 

y tu pavor en mi pavor, y mi pavor en tu pavor, 

toda tu soledad, toda mi soledad. 

  

Ha entrado la noche: 

y yo rezo en tu canto, 

tu canto en la oración en la noche de los sentidos. 

  

Tu corazón se  enciende en tu esperanza; 

mi corazón se enciende en mi esperanza. 

En sí se gozan las lunas de sueño y los soles de paz 

   de tu alma y mi alma. 

Asidas con tus manos lunas de amor; asidos con tus manos 

       soles de amor. 

  

  

El hombre del mar

El hombre de los ojos
atormentados,
que ha mirado mil auroras del mar
desde las grandes proas,
tiene el secreto
de las neblinas, las compactas y húmedas neblinas;
tiene el secreto de las claridades,
de las muy anchas, de las ilimitadas claridades
que estallan como granizadas
sobre los barcos clavados y desclavados
en los planos soleados de los días.
¡Los barcos que alzan sus ojos en la noche
cual surcos conmovidos, ardientes y sedientos
de las semillas
de los cielos lejanos!
El hombre de los ojos
atormentados,
sabe todos estos secretos;
y al estrechar mi mano con la cordialidad
de las almas supremas,
me ha entregado el don de los horizontes;
me ha iniciado en las expansiones;
me ha libertado de los cuatro puntos cardinales,
y del bien y del mal;
de mi ciencia de biblioteca,
de mis pequeños sueños de orangután civilizado.
¡Él, el hombre salvaje,
me derramó su olor marino
sobre mi olfato torpe que vive en las alcobas!
¡Él, el hombre salvaje me ha traído la música
de las islas bienaventuradas,
en su silencio abismal
y en sus palabras pintorescas,
alegres, puras,
de una elevada, de una cósmica simpatía!
Él, el hombre salvaje,
que ha reído con las olas del mar;
que ha llorado con las olas del mar;
que ha sufrido el asombro y el espanto
frente a las tempestades
que hacen y deshacen los mundos
y destrozan ciudades y amplían las hogueras
con sus gritos tan rojos;
él, el hombre salvaje
me ha dejado oír los órganos profundos
de su alma golpeada por las visiones de la inmensidad;
y éste mi corazón se ha agitado en el sueño
del universo;
porque el alma y el corazón del hombre salvaje
traen el múltiple canto del mar y de los astros
y los abismos altos y los abismos bajos;
las expansiones y las desolaciones
prendidas a la rueda del universo.
Él, el hombre de los ojos
atormentados,
que ha mirado mil auroras del mar,
me ha desclavado de las calles grises
de mis hábitos viles de hombre civilizado
que nada tienen que hacer en mi destino
en mis pies, en mis manos
ni en mis ojos hambrientos
de una proa, de un astro y de una aurora. 

  

¡Ahora yo también soy un hombre salvaje! 

Roe mi frente dura...(Poema VII)

Roe mi frente dura 
el lobo de la media noche. 

Una escondida estrella arrima su sosiego. 

Entre todos los soles ya se me canta aceite de júbilos. 

Siento en mis manos venir la estrella de la mañana. 

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