Cuando termino de escribir todo esto,
después que durante horas me imprimo
como un mecanismo de dulzura y de cólera
én las hojas, y el viento desordena los papeles
y entra un siblido extraño, y merodea en la casa
una noche especial, ajena, sin preguntas;
cuando abro las ventanas para que lleguen
los amigos que tienen nombres de herramienta
y prisines, después que me deshago de este
tósigo, cuando quedo vacío, mi mujer
viene aquí con amor que estrangula.
Amor resplandeciente el nuestro que asume
la crueldad de un pájaro pequeño que picara
su grano, tiernamente, en la herida de un brazo
y más la abriera, que es como un pequeño pájaro
que cantara, cerca, muy cerca, demasiado
cerca del oído, y al que no pudieras callar,
aunque te rompa el tímpano a golpes de dulzura.
Escribo entonces junto al mar.
Asiento mi pisada y mi cansancio
en la áspera arena de la playa, mientras el mar,
ausente, en grises movimientos nos acecha
y borra todo, borra todo, borra
todo de mí, borra todo de mí,
borra todo de mí.
Volver a Jaime Labastida