seguimos rutas de súbitos recodos. canciones nos recuerdan ceremonias ya
olvidadas. donde la montaña es casi azul, el río semeja el lomo de un
relámpago.
la mantis religiosa yace muerta y las flores de manzanilla son una
constelación en la soledad del arado.
raíces filiformes son cabezas de mandrágora; cabecitas de hombres
decapitados, con los signos del terror en sus rictus mortis.
una horda de animales monstruosos nos puede visitar en los instantes más
difíciles. allí se descubre que el aquerón es una interzona de realidad
por la que es inevitable pasar, para que el ojo se rebase a sí mismo;
para comprender los grandes esfuerzos del sol, su cópula con la tierra
como un abuelo incestuoso, al que le arrojan carretas de trigo
y caderas en sazón.
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