Cuando me vaya, escóndeme en tus ojos: tras esas silenciosas amplitudes de tus mirares hondos y trigueños; llévame en tus más solas solitudes hecho rubor en tus deseos rojos; guárdame en algún viejo relicario junto a los besos que jamás me diste, fundido a algún impulso temerario que aún te reprocha lo que nunca hiciste...
Cierra, sobre el recuerdo que te deje, tu cofre de Pandora: que cuanto más me aleje me sientas más de cerca a cada hora.
Cuando me vaya, guárdame en tu pecho, tras el portón que cierran tus pestañas: para ir, como yedra, trecho a trecho cubriendo la pared de tus entrañas.
Que en tu ansia oculta y siempre preterida me derrita al calor de tu tormento, para llenar cual savia derretida, todas las grietas de tu pensamiento y todos los recodos de tu vida...
Que cuando cierres tu mirar trigueño pueda quedarme en tus reconditeces, como el hombre-imposible, el hombre-sueño que la vida destroza tantas veces...
Que al través de los años y el olvido siempre logres tener, no el recuerdo del hombre que yo he sido, sino el del hombre que yo pude ser...
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