Es una casa pequeña a dos niveles no muy lejos del río en un
callejón de Praga. En la madrugada
del once al doce noviembre tuvo un sobresalto, bajó a la cocinilla con
la mesa redonda y la silla de tilo, el anafe y la
llama azul de metileno. Prendió
la hornilla
y el fuego verdeció a la vez (tres) llamas en los tres cristales de la
ventana: olía a azufre. Quiso
pasar
a la salita comedor a beber una tisana de boldo y miel, corrió la
silla y se acomodó delante de una taza de barro siena que
había colocado no se sabe hace cuánto
sobre el portavasos de mimbre a seis colores, obsequio
de Felicia: y una vez más
apareció Felicia con la raya al medio, las dos trenzas y un resplandor
de velas en el óvalo blanco de aquel rostro ávido de
harinas y panes de la consagración, rostro
tres veces
una llamarada en el cristal de la ventana: apareció. Y era una vez
más la niña tres veces de sus muertos, acudían
al golpe
del triángulo unos músicos de cámara y al golpe de la esquila (las
tres) en el alto campanario no muy lejos
del río: se arrellanaron, diez
tazas, diez
sillas en la inmensa casona de las mansardas, la casa en que los
miradores y las cristaleras (establos y galpones)
se abrían día y noche, el agua
y las esponjas
relucían. Pues, sí: era otra época y un coro de muchachas vigilaba
las teteras (bullir) los eucaliptos (bullir) la mejorana
y un agua digestiva (mentas) aguas
de la respiración: todo
tranquilo (por fin) todo tranquilo, subió los escalones y vio que se
tendía en el cristal de la ventana (por fin)
sin una aglomeración de pájaros
en la ventana.
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YoSoy
Congratulaciones.
Los recuerdos inspiran y
en lenguaje elegante,
cobran vida...
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