José Luis Cano

José Luis Cano fue un escritor nacido en Algeciras, España, en el año 1911 y fallecido en la capital española en 1999. Resalta por haber sido un experto en las generaciones poéticas del 27 y del 36. Entre sus aportaciones a la literatura, se cuenta la fundación de la revista Ínsula en el año 47, la cual asimismo dirigió. Por otro lado, estuvo a cargo de la dirección de la renombrada colección Adonais.
Fue un artista entregado a su pasión por las letras que mostró siempre un gran interés por difundir la cultura y las obras de quienes lo inspiraron. Su legado es de considerable importancia tanto por su propia producción como por sus investigaciones y sus análisis de las creaciones de otros grandes, como fue el caso de Vicente Aleixandre y del incomparable Federico García Lorca, de quien escribió una biografía.
Entre sus obras publicadas encontramos los poemarios "Sonetos de la bahía", "Otoño en Málaga y otros poemas" y "Luz del tiempo", así como los libros "Antonio Machado: biografía ilustrada" y "Antología de la nueva poesía española". Seguidamente, ofrecemos una selección de sus poemas; el título "Esa alondra de niebla es un buen punto de partida para apreciar su impecable y depurado estilo.

Poemas de José Luis Cano

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de José Luis Cano:

Atardecer

Deja que el amoroso pensamiento
dé a tu frente un temblor de agua invadida,
y deja que mi sombra, en la avenida,
acaricie tu seno soñoliento.

La tarde eres tú y yo, sin otro aliento
ni otro paisaje que la mar dormida.
La vida es tu silencio, la vencida
caricia de tu flor sin movimiento.

Duermen las aves su clamor. El cielo
boga su luz por tu mirada ausente.
Sueñan tus ojos a la sombra mía.

Sueña el aire en su orilla, y siento el vuelo
cálido de mi sangre. Dulcemente
va naciendo el amor, muriendo el día.

Al mar, solo

Si tu amor busco a solas, entregado
a un éxtasis errante y sin conciencia,
no sé qué resplandor de adolescencia
unge mi piel, ya siempre a tu cuidado.

Mi boca acerco a tu rumor nevado,
purísimo sabor de tu presencia,
espuma dulce para mi dolencia
de soledad, al sol de tu costado.

No sé a qué paraíso de indolentes
me llevas o nos llevan así unidos,
tu desnudo y mi sombra a la deriva.

Sólo sé que tus labios transparentes
hoy se entreabren dulces y vencidos
al paso de mi sangre fugitiva.

La tarde

Cada día toco con mis manos la dicha
la beso con mis labios
la dejo que se duerma dulcemente en mi pecho
que se despierte luego estremecida como un hermoso sueño.
Enfrente el cielo, los pájaros y tu boca entreabierta
sobre la calle con acacias y niños
delicada y trémula como una sonata.
Y desde mi terraza, íntima como una caricia
ávido sorbo la tarde y su hermosura
contemplo el avión rasgar sereno el aire puro
y casi toco
acaricio con mis dedos la luna inmensa
posada con ternura sobre un árbol cercano.
Poca cosa es lo que hace falta a veces para sentir la dicha
una luz, una flor, una brisa, una mano en la nuestra
o esta tarde que parece de carne
de suavísimo nácar
tarde entregada para un mirar lentísimo
para entrarla despacio
como un sueño en el alma
para besarla pura, inmaterial y celeste.

Besarte es soñar

Sí, besarte es soñar. Y acariciarte,
rozar, sorber el cielo más hermoso.
Pero si el tiempo puede, al arrancarte
tu belleza, tornar en doloroso

recuerdo aquel mirar enajenado,
aquel beso ardentísimo, aquel fuego,
volcán de amor, y aquel dulce sosiego
que sigue al jadear ebrio y callado,

¿Cómo sentir ligera, alada, pura
la dicha del amor, si está ya herida
por el mal que vendrá, nube de muerte,

tiempo ya gris que empaña la hermosura
cuando empieza a dar fruto, y más erguida
arde su luz, y duele más perderte?

Tengo tus labios

Quizá perdí mi juventud, quizá
perdí Lloridas increíbles.
Quizá perdí otras cosas, pero tengo
la sal ardiente de tus labios.

Una infancia perdí, quizá un deseo
de una luz entre pinos y el mar puro.
Perdí el cielo del sur, pero ahora tengo
la sal y el fuego de tus labios.

Perdí aquel mar, y aquel afán eterno
de en él perderme y olvidarme.
Perdí más: a mi madre, pero tengo
la rosa oscura de tus labios.

Perdí hace tiempo aquel ocio andaluz,
puro y tranquilo como el aire.
Perdí la paz, pero ahora tengo
la gracia honda de tus labios.

De aquella primavera, de aquel ocio
sólo el recuerdo y el perfume quedan.
Estoy solo y herido, y sólo tengo
una luz que besar: la de tus labios.

Sí, perdí mi bahía, donde el tiempo
no parecía existir sino soñando.
Unos sueños perdí, pero te tengo
y contigo a tus labios

¿Perdí a Dios? Una noche sentí oscura
la soledad, la muerte entre los brazos.
Y helado el corazón. Mas luego tuve
la honda caricia de tus labios.

Ya no estaré más solo. Quiera el mundo
herir con frío o con puñal mi alma,
ya no estaré más solo porque tengo
la compañía de tus labios.

Esa alondra de niebla

Esa alondra de niebla que sostienes
sobre el hálito malva de tu cima,
esa guirnalda matinal que arrima
un levante purísimo a tus sienes.

Pálida el alma y desmayada tienes,
mas tu sangre de roca no la anima
a saltarse las trombas de tu clima
durísimo de vientos y vaivenes.

¿Qué sueño la persigue y la desmaya,
qué rumor triste a su llamada sueñas
por el mundo pelado de tu playa?

Mirando estoy tus sombras y cadenas,
oh roca sin amor, y en mi atalaya
tocando estoy tus alas y tus penas.