Con ojos que te sieguen huidiza,
soy el azor de tus benditos senos:
palomas que arrullando inflan el buche,
vasos que crecen a un divino fuego.
Y en verdad que tu vientre primerizo,
ni blanco ni moreno,
calladamente se deforma en cantaro
a la presion continua del misterio.
Ah, si me fuera dado referirte
lo inexplicable que en el alma siento,
y hacer de modo que tu angustia santa
se te vuelva alegria todo el tiempo!
Mujer, en el secreto de tu carne
es mi destino el que se esta cumpliendo;
y por eso sonrio a tu sonrisa
y sufro sin querer tu sufrimiento.
Y soy como un pastor ante su tierra
-que mi tierra es tu cuerpo-;
pastor que canta o que en la plaga llora
con los brazos abiertos!
Ah, poco a poco, como un niño triste,
de extraño mal me morire en silencio,
si lo que llevas, que es mi propia viña,
te lo destruye el viento.
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Que forma tan dulce de cantarle a la mujer que nutre su descendencia.
Rafael Mèrida.
misal
fuente eterna de vida,
bálsamo para el dolor,
para curar herida
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