Fuego sutil circula por mis venas
al contemplar tus seductores ojos,
y la sonrisa de tus labios rojos,
y la gracia gentil con que enajenas.
A tus palabras, de dulzura llenas,
de mi estéril desierto los abrojos
convertiste en edén, y por despojos
quedó mi alma de amor en tus cadenas.
Mas, ¡ay!, que al punto, Laura, con desvío
me ves y te me alejas de repente
sin que te duelas del quebranto mío.
Si es criminal quien te ama reverente,
y a tu beldad consagra su albedrío,
sólo quien no te ha visto es inocente.
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¡ Quien fuera Laura, para recibir éste poéma !
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