Sé que el sol va y viene, inquieto, husmeándome
entre los cañaverales.
Sé que se demora en el cénit mirando ansiosamente el valle.
El sol era nuestra leona.
Una imagen, aún de humilde imaginación verbal como ésta,
va a la mente
y le pide que condescienda
con el poeta. Es el trato.
Esta vez no, esta vez sólo pido vuestra mirada inmediata
y literal:
¿Quién, tan esbelto, salta de la ventana a mi tarima
y me levanta de la nuca con sus suaves fauces
y me lleva al río
si no es el sol?
El sol era nuestra leona.
Un aliento cálido me envuelve siendo aquí, en Baja Sajonia,
invierno:
es la imagen creando su espacio en mi cuerpo enfermo,
es el sol que me husmea como a hijo falto,
allá en el norte de mi país,
donde me enseñó a caminar obligándome con el hocico.
Volver a José Watanabe
Será así, que en su delirio de enfermo recuerde el cálido aliento que le enseñó a caminar.
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