La nieve con su frágil geografía,
sus suaves formas
y sus terribles miradas mitológicas.
Con sus estalactitas de aliento congelado,
sus cuernos, sus fauces,
sus barbas de chivo trágico
y sus alas de ávido halcón helado.
Es la nieve sobre los vastos desiertos
de las cacerías y hogueras contemporáneas.
La nieve con sus formas ofidias,
su caligrafía de estrellas,
sus divinidades egipcias,
sus babilónicos templos.
Y esa galería de nevazones prehistóricas
en las finas gargantas de estalagmitas oscuras.
Nieve de las Furias, del anhelo,
del encarnado arrepentimiento.
Vastas marejadas de sastrugis,
como jauría de perros gélidos
sorprendidos en medio de sus ladridos,
en medio de sus hambres.
La nieve con sus manadas de orangutanes blancos
en la soledad de los tiempos,
husmeando el primer paso,
la primera lágrima aterida.
Es la nieve de la Tribu Humana,
la memoria congelada de la historia
sobre todos los campamentos del mundo.
Desde la Gran Barrera,
una camada de leones blancos
otea Occidente.
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