¡Ese día, ese día
en que yo mire el mar -los dos tranquilos-,
confiado a él; toda mi alma
-vaciada ya por mí en la Obra plena-
segura para siempre, como un árbol grande,
en la costa del mundo;
con la seguridad de copa y de raíz
del gran trabajo hecho!
-¡Ese día, en que sea
navegar descansar, porque haya yo
trabajado en mí tanto, tanto, tanto!
¡Ese día, ese día
en que la muerte -¡negras olas!- ya no me corteje
-y yo sonría ya, sin fin, a todo-,
porque sea tan poco, huesos míos,
lo que le haya dejado yo de mí!
Volver a Juan Ramón Jiménez