El loco, el triste, habla
de maravillas,
de verdades llanas
con severa convicción.
El loco, el triste,
habla, sonríe,
sus labios tienen
del mar los laberintos.
Entiende, escrutina, salta
de juicio en juicio
sin poder los ojos detener,
sin acordarse.
El loco, el triste, no tiene
nombres, títulos;
va de pesca,
nada pesca:
fue una gran aventura,
dice.
El loco, el triste,
ve el mundo,
inquieto;
si más allá un vacío,
una carta, una silueta;
si más allá
un azul inadvertido,
una niebla;
verá de lado,
dirá algo,
sordo seguirá
con el tacto adormecido.
Volver a Julio Torres Recinos