Voy por las calles,
me sacudo llantos de la piel,
me desprendo los últimos muertos que no quisieron morir.
Voy como alma en pena,
como un rayo sin trueno,
escapándome de la vida,
buscando un lugar donde morir.
No es la soledad,
no es esta triste muerte,
no es el recuerdo de mi pequeño hijo.
Es esta huerez debajo de mis ropas,
es el seco sonido de cada golpe,
es la miseria y el asco detrás de cada oficina,
es la T. V. y la Magazine y su Daily Report,
es la carencia en mis huesos,
es la sensación de haberme ido
sin haber dado el abrazo,
sin haber visto con ojos precisos.
Es la idea de haber olvidado
algo en una casa, en cualquier lugar.
Entonces no sé qué decir.
Cuando araña en la memoria
la lenta sonrisa de algún muerto,
cuando me pregunto cuánto cuesta tu muerte y la mía,
cuando sé que no hay muerte más perversa.
Entonces hay que ser payaso o enemigo,
no van conmigo los equívocos,
y decir la palabra Patria
con sus suelos húmedos y el alquiler por pagar,
y ser un Héctor o el de la Mancha.
Entonces no sé qué decir.
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