No me aflige morir; no he rehusado
acabar de vivir, ni he pretendido
alargar esta muerte que ha nacido
a un tiempo con la vida y el cuidado.
Siento haber de dejar deshabitado
cuerpo que amante espíritu ha ceñido;
desierto un corazón siempre encendido,
donde todo el Amor reinó hospedado.
Señas me da mi ardor de fuego eterno,
y de tan larga y congojosa historia
sólo será escritor mi llanto tierno.
Lisi, estáme diciendo la memoria
que, pues tu gloria la padezco infierno,
que llame al padecer tormentos, gloria.
Volver a Francisco de Quevedo
Es complicado el sentimiento que aquì impera, pues lo que expresa es una verdadera paradoja. Pero es impresionante còmo Quevedo te cautiva desde el primer verso y muy sutil pero agresivamente te acarrea hasta el final para concluir en un verso incompleto, perfecto.
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