Un fantasma de tiza blanca
acecha, ligero,
el silbo de los libros. Desde aquí puede verse
el lar donde los ancianos de allá
acostumbran a pasear casi regimentales
dejando tal vez la factura buena
de un calendario de jade y obsidiana.
¿Erase de una parábola x y
o de una parábola descifrable
a fuerza de palabras de todos los días?
Sus ojos de la costa de Sara brillaban allá abajo.
Y yo no puedo menos que hacer de este viejo salón razonable
un modesto monumento
a lo que fuera su dermis
rozando las estrellas en un parque.
Algún día serán tus manos y las mías
casa de nuestros hijos.
Podremos andar para ese entonces descalzos
sin miedo al sol que quema los ladrillos
enloquecidos por las raíces de los árboles
y ya dejaremos de hablar en voz tan baja.
Al entrar en la oscuridad
lo haremos con profundas heridas
de luz en la vista.
Sólo de hoy quedarán
nuestras manos como haciendo punto de partida o promesa.
Y cumpliremos.
Cumpliremos como gotas interminables sobre las rocas inhumanas.
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