ENTRE las muchas cosas
en que mi olvido medra
no estás tú, laboriosa y oscura ciudad
corroída del humo.
Escorias y algas te reconstruyen
en un remiso amanecer continuo.
Mas la memoria permanece informe
mientras yo no la toco;
que yo quiero el recuerdo en su tiempo
y no en el mío.
El tiempo mío es verdad y se debe a la muerte.
¿Dónde ya los pataches
que dejé en plenitud de arboladura?
Fue un triste otoño el suyo: eran los últimos
caballos de la fuga de aquel mundo.
En la memoria flotan llevando aquellos días
en sus bodegas, vienen hacia mí
sin esperar jamás el abordaje.
Inmensas arpas frente al sol temeroso,
siguen sonando, salvadas del ocio fatal
y empapan el reseco aire de ahora
con su viejo salitre.
Aún recuerdo mi luz de amanecer
y soy el dique gris, la ensenada sombría
cruzada largamente de gaviotas.
Si aquella muerte os dieron los días del recuerdo
resucitáis en esta realidad que os deparo.
Mis manos tienen fecha
y envejecen la luz.
Todo sigue con riesgo de perderse
pero aquí estáis: Os reconozco.
Vais a dejar la carga más atrás
salvado el arrecife de los ojos
(que asoma en vuestras aguas hoy crecidas).
A carbonear de amanecida y encender vuestras lámparas
gigantes y amarillas
en la parte de sombra que aún resiste,
mientras al fondo -como en un establo
espesos bueyes dóciles-,
se mecen los colmados madereros.
Todo está como estaba. Sólo yo
convencional, jugando con ventaja
devuelvo el tiempo al tiempo
y escondiendo la muerte por mis manos
salvo audaz la partida.
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