Jamás voy sola a misa;
me llevo los pecados de mi esposo
y su esposa, uno o dos
de mis hijas, alguno de mi hermano
todos los de mi madre...
hasta llenar el bolso que hace juego conmigo.
Y Dios, distante y sin moverse
parece consternado ante mis confesiones.
Rezo en latín -como hacen las mujeres pecadoras-
y en español castizo, un sacerdote (sin mirarme a los ojos)
me da por penitencia un par de aves marías
que lanzo, pronta, al vuelo.
En casa
sin bolso ni tacones
me sirvo alguna copa de aguardiente
y observo largo rato un crucifijo.
Y sé que a Dios tampoco le hace gracia
el que vivamos juntos.
(Este poema obtuvo el primer lugar de los Juegos Florales Nacionales de Santiago Ixcuintla, Nayarit, en 1997).
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Dios nunca se escandaliza, nosotros nos avergonzamos. Su mano está siempre alli, solo tenemos que asirla y buscar la ayuda adecuada. Bello poéma que cuenta una cruda realidad.
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