A Johanna Godoy
Cegué mis ojos, Yocasta,
para no ver
otra cosa que a ti,
amada y retenida
en mis pupilas.
Para contemplarte siempre
irremplazable.
Mía, en otra realidad
mejor que la verdad
destrozadora del sueño.
Cegué mis ojos, Yocasta,
para sentirte viva,
acariciándome en el aire
que roza mis mejilla y
se enreda en mi cabello,
como si fueran tus manos.
Nada me importa
no ver más la flor
ni el cielo azul
ni la luna y las estrellas
ni las ciudades bulliciosas
ni los rostros de mis hijos
si puedo verte fija
imagen permanente,
que no borra ninguna otra.
Entre la densa noche
de mis ojos ciegos,
puedo imaginar la luz
por el calor del sol
que cae
sobre mi piel que te añora,
y que sueña
que, en su ardiente contacto,
la besan tus labios.
Cegué mis ojos, Yocasta,
para eternizarte en ellos.
Amor
¡al que no renuncio
aunque tenga el Hades
por castigo!
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