Ódiame por piedad, yo te lo pido,
ódiame sin medida ni clemencia.
Odio quiero yo mejor que indiferencia,
porque solamente se odia lo querido.
Querida Olga: tu voz como una algaida contaminaba
nuestros corazones y tu boca nos invitaba al odio.
Desconocíamos esa feroz pasión multiplicada en
víboras porque era nuestro tiempo un sistema solar
para la vida. Palabra por palabra sobre la piel caía
como un sudario en llamas todo el odio. Todo el
odio que puede acumular aquel que ha sucumbido al
amor y al filo de su sueño se derrumba todo un vol-
cán de sangre. Pero tu voz seguía como un diluvio
ebrio golpeando los tapiales de nuestra adolescen-
cia...aunque no comprendíamos.
Después...odiar. Saber odiar ha sido tan simple y tan
normal como vivir, pues ya la vida como una vieja
puta nos enseñó a beber en los cálices negros el
zumo genital de los chacales. Mas como tú avisabas
había algo peor: la indiferencia. Ella es copa de
escarcha que la sangre agria y gota a gota va que-
mando el alma. Y borra la ternura y a la compren-
sión levanta oscuros muros y a la esperanza con obs-
tinadas sombras amuralla. Anega la inocencia de ce-
nagosas aguas, constriñe la alegría entre escombros
de pena. Y no hay cielo ni infierno, sólo cirios que
alumbran los despojos de los siete pecados capitales.
Volver a Luzmaría Jiménez Faro
El odio envenena
hace daño
destruye lo bueno del humano
desconociendo al hermano...
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