Manuel Magallanes Moure

Manuel Magallanes Moure nació en 1878 y falleció en 1924. Fue un importante poeta chileno que lideró algunas de las iniciativas literarias de la Chile de principio de siglo XX.
Estaba convencido de que era necesario unificar todas las disciplinas artísticas para conseguir ofrecer un mensaje conjunto arrasador, que permitiera poner en palabras-arte las ideas y la realidad social. De hecho, él mismo exploró más campos que el de la poesía, siendo famosas sus pinturas y sus obras de teatro.
Realizó labores como periodista y crítico literario, colaborando en diversas ediciones de los periódicos Últimas Noticias y El Mercurio. Formó parte del jurado del certamen literario Los Juegos Florales, a través del cual conoció a Gabriela Mistral (ganadora de este concurso en 1914); cabe mencionar que llevaban un año escribiéndose y que este encuentro permitió la consolidación de dicha relación.
En 1922 realizó un viaje por Europa que le permitió acercarse a las diversas corrientes literarias de estas tierras y regresar a Chile con un sinfín de ideas para explorar y muchos deseos de escribir. Continuó haciéndolo en su casa de San Bernardo, lejos del ruido y en la más solitaria quietud, hasta que falleció al año siguiente.
Entre sus obras pueden destacarse "Facetas y matices", "¿Qué es amor?" y "La casa junto al mar". En nuestra web puedes leer poemas tales como "Aquella tarde", "Recuerdas (¿Recuerdas?)" y "Jamás".

Poemas de Manuel Magallanes Moure

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Manuel Magallanes Moure:

Amor

Amor que vida pones en mi muerte
como una milagrosa primavera:
ido ya te creí, porque en la espera,
amor, desesperaba de tenerte.

era el sueño tan largo y tan inerte,
que si con vigor tanto no sintiera
tu renacer, dudara, y te creyera,
amor, sólo un engaño de la suerte.

Mas te conozco bien, y tan sabido
mi corazón, te tiene, que, dolido,
sonríe y quiere huirte y no halla modo.

Amor que tornas, entra. Te aguardaba.
Temía tu regreso, y lo deseaba.
Toma, no pidas, porque tuyo es todo.

Recuerdas (¿Recuerdas?)

¿Recuerdas? Una linda mañana de verano.
La playa sola. El vuelo de alas grandes y lerdas.
Sol y viento. Florida...el mar azul. ¿Recuerdas?
Mi mano suavemente oprimía tu mano.

Después, a un tiempo mismo, nuestras lentas miradas
posáronse en la sombra de un barco que surgía
sobre el cansado límite de la azul lejanía,
recortando en el cielo sus velas desplegadas.

Cierro ahora los ojos; la realidad se aleja,
y la visión de aquella mañana luminosa
en el cristal oscuro de mi alma se refleja.

Veo la playa, el mar, el velero lejano,
y es tan viva, tan viva la ilusión prodigiosa,
que a tientas, como un ciego, vuelvo a buscar tu mano.

Apaisement

Tus ojos y mis ojos se contemplan
en la quietud crepuscular.
Nos bebemos el alma lentamente
y se nos duerme el desear.

Como dos niños que jamás supieron
de los ardores del amor,
en la paz de la tarde nos miramos
con novedad de corazón.

Violeta era el color de la montaña.
Ahora azul, azul está.
Era una soledad el cielo. Ahora
por él la luna de oro va.

Me sabes tuyo, te recuerdo mía.
Somos el hombre y la mujer.
Conscientes de ser nuestros nos miramos
en el sereno atardecer.

Son del color del agua tus pupilas:
del color del agua del amar.
Desnuda, en ellas se sumerge mi alma,
con sed de amor y eternidad.

Aquella tarde

Aquella tarde única se ha quedado en mi alma.
Su luz flota en la sombra de mi noche interior.

Sólo una fugitiva vislumbre en la ventana,
sólo un azul reflejo, nada más que un vapor
de luz que se filtraba por las breves junturas,
sólo un vaho de cielo, no más que una ilusión
de claridad fluyendo por entre los postigos.
Nada más que el ensueño de aquel suave fulgor.

Sólo esa fugitiva vislumbre en la ventana.
No más. Y en la penumbra, libres al fin, tú y yo.
En silencio llegaba yo al fondo de la dicha;
con infantil dulzura, tú gemías de amor.

Sólo el azul reflejo de aquella tarde única...
¿No ves tú en la ventana? ¿No ves tú? Quizá no.
Acaso no lo viste, porque cuando yo inmóvil
me quedé contemplando aquel suave fulgor,
tú en aquellos momentos de lánguido reposo
dormías dulcemente sobre mi corazón.

Veo la fugitiva vislumbre en la ventana,
oigo el ritmo apacible de tu respiración.
Te siento. En la penumbra te siento. Eres tú misma
que te duermes, ya mía, sobre mi corazón.

Adoración

Tus manos presurosas se afanaron y luego,
como un montón de sombra, cayó el traje a tus pies,
y confiadamente, con divino sosiego,
surgió ante mí tu virgen y suave desnudez.

Tu cuerpo fino, elástico, su esbelta gracia erguía.
Eras en la penumbra como una claridad.
Era un cálido velo que toda te envolvía,
la inefable dulzura de tu serenidad.

Con el alma en los ojos te contemplé extasiado.
Fui a pronunciar tu nombre y me quedé sin voz....
Y por mi ser entero pasó un temblor sagrado,
como si en ti, desnuda, se me mostrara Dios.

Ella y él

ELLA:
Sus ojos suplicantes me pidieron
una tierna mirada, y por piedad
mis ojos se posaron en los suyos...
Pero él me dijo : ¡más!

Sus ojos suplicantes me pidieron
una dulce sonrisa, y por piedad
mis labios sonrieron a sus ojos...
Pero él me dijo : ¡más!

Sus manos suplicantes me pidieron
que les diera las mías, y en mi afán
de contentarlo, le entregué mis manos...
Pero él me dijo : ¡más!

Sus labios suplicantes me pidieron
que les diera mi boca, y por gustar
sus besos, le entregué mi boca trémula...
Pero él me dijo : ¡más!

Su ser, en una súplica suprema,
me pidió toda, ¡toda!, y por saciar
mi devorante sed fui toda suya
Pero él me dijo: ¡más!

ÉL:
La pedí una mirada, y al mirarme
brillaba en sus pupilas la piedad,
y sus ojos parece que decían:
¡No puedo darte más!

La pedí una sonrisa. Al sonreírme
sonreía en sus labios la piedad,
y sus ojos parece que decían:
¡No puedo darte más!

La pedí que sus manos me entregara
y al oprimir las mías con afán,
parece que en la sombra me decía:
¡No puedo darte más!

La pedí un beso, ¡un beso!, y al dejarme
sobre sus labios el amor gustar,
me decía su boca toda trémula:
¡No puedo darte más!

La pedí en una súplica suprema,
que me diera su ser..., y al estrechar
su cuerpo contra el mío, me decía:
¡No puedo darte más!

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