Hay en San Juan una cuesta empedrada
por la que circula el viento
de la bahía profunda,
vuelan las risas sobre los espejos
y tallan en las azoteas
huellas nocturnas.
¿Qué nuevo camino se impone
en este laberinto que oculta
un sombrero de plata?
Siempre insumisos ladean
las colinas y los valles por donde surca
un velero imaginario que viola
los peligrosos confines del verbo,
las jadeantes fronteras del axioma anárquico.
Arranca el perpetuo adjetivo que embriaga
el verso definidor: arte por el arte.
Hay en San Juan una puerta cerrada
que ajusta el filo de la noche,
que afina el reencuentro súbito,
y abre al ruido del tráfico
su decreto místico.
El aire subrepticio
revela la sorpresa de su magia,
mientras el mar ahonda la suya
en la bahía profunda.
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