Se iniciaba el ritual.
La espada viva abrió aquel vientre flor
y comenzó la búsqueda...
Fue abriéndose camino
hasta llegar al cáliz.
Se hizo la luz
al detenerse el tiempo,
no se supo si fue solo un instante
o cupo la eternidad en aquel sueño...
El trueno y el relámpago
sacudieron la piel asidos de la mano
y la vieja tormenta solitaria
se irguió en el centro de la vida.
Se derramó la fuente en la caverna.
Silencio.
El iceberg de sus ojos
cayó sobre la noche.
Sobre su cuerpo, la flor adormecida...
Volver a María Cristina Orantes