Por las calles de la Habana
Un duende se pasea.
Bajo el sol o en pos de las estrellas
Se escucha a través de las celosías
Su voz cascada, sin prisas,
Cantando sus loas.
Su paso incansable
Golpea los adoquines
Con el peso de su historia.
Su andar de mil eras
Es camino que conduce
Al reino de la Hidra y de la Sierpe.
Sus manos no imploran,
Regalarle un pan no es dádiva,
Sino premio que otorga
Desde su antigua dignidad
De orate.
Sus manos van llenas de regalos:
Pajaritas de papel,
Cometas,
Flores...
Su trenza habla de noches en contienda,
Tormento de dragones,
Salvador de damiselas,
Amo del grifo y de la esfinge,
Glorioso servidor de tantos reyes.
Sus ojos se pierden más allá de la mirada,
Evocando sueños de gloria al descampado.
Su afilado perfil,
Retrato ideal de aquel Hidalgo,
Guarda las claves del misterio.
Su alma noble no conoce el reposo,
Va tras su voz,
Proclamando su gloria, que ya es nuestra.
Parte de nuestras evocaciones,
De nuestros más caros recuerdos,
Leyenda, aún antes de la muerte,
Le miro ahora, hecho estatua,
Y sé que el caballero no está ahí.
Nadie lo pudo atrapar jamás en jaula alguna.
Caballero del viento,
De la nube, de las aves,
Jinete de la lluvia,
De los bancos de los parques,
De las plazas y glorietas.
Paladín de los locos,
De los niños, de los bardos,
Del polvo y de la risa.
Sé que vagarás,
Cual adalid de lo mejor del alma humana,
Más allá del tiempo y del espacio,
Hasta desgastar los adoquines
Que forman las calles de esta villa
Que dio espacio a tus andares
En esta pequeña isla
Que flota sobre el mar
De la deriva.
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