Quisiera estar de acuerdo con la ley de la vida
-tal vez, la de la selva, al instinto fiada-,
según la cual se vive de acuerdo a la comida:
la bestia menos fuerte ha de ser devorada.
Y quisiera también aceptar la partida
-ya que sin consentirlo nos viene la llegada-,
sufrir, sin execrar al que odia u olvida,
como al rico que abruma a quien no tiene nada.
Y tan profunda siento la triste disidencia
que rechazo reacia tan duras condiciones:
mas vivir no es posible opuesta a la existencia,
las manos temblorosas apretando las sienes,
pese al compás armónico de nuestros corazones
y al amor que te tengo y que también me tienes.
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