Nos encontramos en el manzano. Era una noche cerrada, oscura. Me dijo: ¿Paseas?
Contesté: Siempre salgo.
El dijo: Yo, también, siempre salgo.
Pero, en ese momento, irrumpió la luna. Con todos sus tules. Y una llaga, como si hubiese sido violada dentro del traje de novia.
¿Qué tiene la luna?
No sé.
A la enorme luz, se vio que yo estaba absolutamente desnuda; sólo con las trenzas múltiples, larguísimas.
El traje de él era augusto y deslumbrante.
Como el de un guerrero.
Como el de un clavel.
Publicado en la Revista Insomnia, 19/5/2000
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