Entonces,
ciega y sorda, me abrazo a la poesía.
La aprieto contra el pecho,
la muerdo, la trituro,
me prendo a sus dos manos,
hundo en ella mi grito,
me aniño en su regazo,
sollozo en sus rodillas,
y encuentro que me acoge
piadosa a su ternura,
se adhiere a mi tristeza,
me entrega
gota a gota, su sangre, me amamanta,
me acuna, me adormece,
y en sueños,
poesía madre, le elevo mi plegaria.
'Sé lecho a mi cansancio,
sé sombra en este páramo amargo
en que transito
volcando de mis pasos.
Sé el camino que busco, transvásame
tu esencia, conviérteme a tu imagen,
haz de mí, la elevada
poesía de poesía'.
Y caigo ya sin fuerzas
de nuevo entre los hombres
que aplastan mis cenizas,
en tanto me perdonan
la culpa
de ser mártir.
(Crónica de mí misma, 1980)
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