«Voy pesar-me dije el otro día-
una lágrima mía.»
y saqué del armario una balanza
de suma precisión.
«Ya sé cuál escoger: la no llorada
dura y concrecionada
que, cual badajo de campana rota,
yace en mi corazón.
¡Qué peso va a tener! amor Sincero,
con desdén traicionero
pagado, la cuajó el aciago día
en que perdí mi fe.
Ea, arriba, a salirse por los ojos,
con el esfuerzo rojos»
para hacerle más fácil la salida
la escena recordé.
Asomose, por fin, a mi semblante
pero en el mismo instante
se evaporó; mi espíritu inundando
de dulce beatitud.
Llorad los que el dolor tenéis por centro;
vertida fuera o centro,
una lágrima es gota de rocío
o plomo de ataúd.
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