Poemas de Miguel Arteche
- Amargo amor
- Arpa rota bajo la lluvia
- Canción a una muchacha ajedrecista muerta
- Canto de partida
- Comienzo
- Dama
- De pronto en una playa interminable
- Distancia de dos
- Escrito al amanecer
- Hay hombres que nunca partirán
- La encantada
- Lágrimas que dejé
- Los días que la ausencia ha devorado
- Los que llamaron a la muerte
- Nocturno a la distancia
- Retrato de una estudiante
- Última primavera
Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Miguel Arteche:
Escrito al amanecer
... la más suave doncella
me vierte el aguamanos en jofaina de plata;
me sirve pan y vino sobre mesa pulida
antes de que se acerque la noche.
Y me dormí pensando en él, mientras la nieve
cae profundamente en mi pasado, y cae
sobre este mar de tinta. Por la noche y el alba
siguió la nave sola.
La esperanza perdí
de encontrarlo.
Nadie había en la nave;
y en las islas del viento
nadie me dio noticias de mi padre,
ni más allá en la tierra de la pócima mágica.
Por el alba y la noche siguió sola la nave.
Ahora sé que está muerto, que es inútil la nave,
inútil es el mar y todos los conjuros;
no importa donde esté, si en alguna ribera
sus huesos se deshacen en los dientes del viento:
inútil suena todo. Nunca estuvo conmigo,
ni siquiera el sueño me ha traído sus ojos.
Por el alba y la noche volvió la nave al puerto.
Lágrimas que dejé
Lágrimas que dejé tras la montaña.
Ojos que no veré sino en la muerte.
A través del adiós, ¿quién me acompaña
si mis ojos que ven no pueden verte?
Lágrimas y ojos que estarán mañana
tan atrás del ayer.
Aquí, donde no se abre la ventana:
aquí la tierra mana
lágrimas y ojos que no te han de ver.
Los que llamaron a la muerte
Los que llamaron a la muerte en la muerte han caído.
Los que cavaron la fosa yacen dentro de la fosa.
Estériles alimentos nos trajeron, pesadumbre de panes:
de culpa fue su palabra, su boca y su mirada.
Sobre las cordilleras se lamentan ahora,
dispersos por el mundo, rodeados por el llanto de las moscas.
Devorados serán los que ejercieron la noche,
ahogadas sus lenguas.
Creyeron que vivirían para mirar mil soles,
y ahora yacen en tinieblas.
...La nieve
brilla bajo la luna.
Distancia de dos
¿Desde dónde surgiste para encender la llama
sobre la nieve sola? ¿Desde dónde los suaves
besos se levantaron sobre tu piel perdida,
enamorada sombra de unos días lejanos?
Cuando hacia ayer subimos, bajaba tu silencio
de la nieve y los ríos. No teníamos nada
sino un pasado apenas dibujado en el cuerpo
y un encuentro de estrellas dormidas en las manos.
Tiembla el viento en la noche, tiembla otra vez la noche
bajo el ansia que vuelve. Temblabas de nostalgia.
Amor, hasta la muerte la noche se hizo tenue,
se hizo larga caricia sobre tu pelo amargo.
Lo distante es aquello que apenas ha pasado.
Por eso nombro ahora la primavera lenta
que subiste cantando, sin nada más, con viento
sobre la enamorada distancia de los campos.
No sé, no sé hasta dónde quedaré repitiendo
tu nombre, la mirada de tus ojos distantes,
fugaz entre la dura cordillera de nieve,
presente ausencia apenas derramada en mi brazo.
No sé, no sé hasta cuándo durará la distancia
y ese espacio de adiós dormido en tu garganta.
No sé, no sé en qué tiempo se hará ceniza y humo,
amor, bajo la noche, todo lo que juntamos.
De pronto en una playa interminable
Toco en la oscuridad las cerraduras.
¿Cómo llegué hasta aquí?
Es una extraña casa
que rodean tinieblas, y me llaman.
¿Quién eres tú, la que me canta?
Recuerdo ahora el mar. ¡El mar! Si yo pudiera
volver al mar a aquella playa
donde llovía siempre. Allá arriba las verdes colinas
y más allá la tierra escarlata, y la Gran Cordillera
que vigila volcanes, el viento que sopla desde allí,
y el cielo de cristal.
Nadie en las dunas.
La lluvia ahuyenta
y me deja solo en esta playa de pronto interminable.
Como el mar es la casa, como la lluvia sus muros.
Siento mis pasos: ya están aquí, y abro la puerta.
¿Cómo cruzar el fuego que arde entre tus pasos y los míos?
¿Quién me trajo a estos muros que se encienden y se apagan?
Y entro en otros cuartos que se abren a otros cuartos,
y el silencio es un cíngulo dormido en los dinteles.
La imperceptible niebla empapa las recámaras,
pisa los zócalos, roza ventanas, hunde los lechos.
Mis pasos se adelantan al llegar a la sala, al llegar a la mesa,
al llegar al libro abierto de polvo,
al libro y a la mesa que nadie ha tocado en mil años,
y nadie vendrá.
Pero ahora la niebla
toca con su frente los umbrales.
Ya no hay nadie en la casa. (Si hubiera alguien,
¿a quién amar ahora?). Toco la mesa
y la mesa se ilumina.
Toco las cerraduras
y las cerraduras se abren.
Toco en la oscuridad los muros,
y los muros se apartan,
y escucho en el silencio de la sangre el río que me habla
sobre esta oscuridad.
Los días que la ausencia ha devorado
Nunca olvidarás la calle bajo la luz extraña
de septiembre, una tarde; no olvidarás
olores del café que dormía en la taza,
pero tal vez olvides algo, tal vez se ausente algo.
Y ahora sólo escucho el sonido de la noche
que cae de la playa, y no hay nadie,
nadie que te recuerde, nadie
sino los vientos
marítimos, las voces de los niños, y el perro
que duerme todo el día como espejo aburrido,
nadie sino el azul dormido por la playa.
Entonces la penumbra rodeaba los sillones
y desde alguna parte la música subía,
la música mojaba tu ardiente corazón,
y desde alguna parte, desde una parte gloriosa,
tu voz que conversaba derramaba los días
futuros de nuestras vidas, acentuando, invisible,
lo que apenas pensaba la memoria lejana.
Compañero presente, no queda nada
sino el silencio de la casa,
los días que el amor ha devorado,
tu rostro que brilla en las paredes
acentuando la nostálgica luz de la luna,
los pasos que acercaron su carga de deseos
hacia el río desierto; y sólo el eco
de esas largas conversaciones rotas
en la orgullosa y perdida tarde final de un año,
las palabras llenas de alcohol bailando
delante de nuestros ojos; es decir, queda un nombre
que recorrió veredas sucias, pobres, tiznadas
por la luz de un crepúsculo;
y ahora, compañero, las mañanas ansiosas
de estudio interrumpido caen entre mis manos
y desde el parque viene la bocanada amarga
de aquello que responde sólo a un pasado muerto.
Abrid, abrid las puertas silenciosas
que el tiempo no ha tocado; dejad que entren los cuerpos
a ocupar su lugar; dejad que el lecho curve
un arco distendido de pieles ardorosas;
dejad que alguien devore los días. Sólo queda
en la casa de antaño un viento que recorre
cuerpos aletargados: un viento que levanta
días donde las ciénagas reciben cuerpos muertos,
días que retroceden del día que dejaron,
días que sostenían una nueva estela,
una burbuja apenas
sobre el agua callada que alguien bebiera solo.