Estas aguas no son aquellas aguas,
ni es esta la ribera. Y mis manos
¿son las mismas que antaño acariciaron
la estela de su cuerpo? Otro fulgor
de acero incendió las pupilas.
Que al fin todo es efímero. En el agua
la muerte me reclama. En sus reflejos
adivino un arrullo de sirenas.
Pasan blancas muchachas, con su aroma
de adelfa, con su piel que hace temblar
el mediodía. Como palomas pasan,
y un instante, arrasan la memoria.
Y este dolor de saberme perdido
pasará. A la tarde, mis palabras
sólo serán cenizas. Afligirme
no debo. Aunque en verdad, imaginé
-más allá de este río- otro destino.
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