Mi yegua subía, lenta
con firmes pasos de bronce.
La noche de crucifijos
fulgía sobre los montes.
Andaba el agua desnuda
En claras conversaciones
Con los grillos y las piedras
Y las huidas canciones
' Es mala la noche amigo,
y en el monte andan ladrones'
¡Buen viejo!, me lo decía
allá en el campo de trojes
y un sobresalto rondaba
por sus pupilas de azogue.
Pero era buena la sombra
Madura de oros y olores
¿Miedo?, mi yegua era firme
y yo llevaba un revolver en el cinto
y en el pecho, un ancho
corazón de hombre.
Sin embargo, sin embargo,
mi mano sobresaltose.
Cuatro jinetes venían,
Pausados bajando el monte.
Los vi recortarse, negros
Contra las constelaciones.
Mi bestia irguió las orejas
en agudos aguijones
Y la estría de un lucero
Rieló sobre mi revolver.
¡Quién va!
Los vi detenerse,
y mi voz multiplicose
rebotando en los picachos
como en cojín de resortes.
Cruzaba en ese momento
un paso de angostos bordes:
A la derecha, el abismo,
tinta o residuo de noche;
adelante, los jinetes;
a la izquierda - muro- el monte.
Seguí avanzando en la sombra,
hacia las sombras inmóviles.
traspuesto el paso difícil,
me tropecé con sus voces:
- ¿Adónde marcha el amigo?
- Al pueblo de más al norte.
Me esperan mi vieja madre
Y mis hermanos menores.
Los dejé un día de marzo;
Cinco años van desde entonces.
Ancha mi voz y serena;
La suya opaca y de cobre
Miré brillar las pupilas
en un fulgor de emociones.
- Acompañaré al amigo
hasta que trasponga el monte.
Cinco jinetes tomaron
Rumbo a las constelaciones
Bajaron cinco jinetes
Con firmes pasos de bronce.
Cuatro pararon de pronto
Y el otro siguió hacia el norte,
Después de estrechar las manos
Tendidas de los cuatro hombres.
Clareó mas tarde en el cielo.
Amanecer de limones.
Palabras de agua liviana.
Pájaros madrugadores
Cerca, maitenes y boldos;
lejos, Rancagua y sus torres;
y entre sus casas, mi casa,
con ciruelos y parrones
¡y mi madre con sus ojos
de mares y horizontes!
Detrás el recuerdo grande
de un bandido que era un hombre.
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