Y de noche seguir
con el puñal cerrado entre los dedos.
Hundirme por el bosque,
sintiendo en las espaldas ojos de aves nocturnas.
Tener el arma fija,
escuchando el resuello de las fieras.
¿No es acaso la vida esa emoción
que estas estatuas muertas nos han arrebatado?
Volver a Pedro Jesús de la Peña