Pensaba ya en marcharme de mi casa
harto de gentes tibias e indolentes
capaces de aceptar la tiranía.
Estaba ya en camino, mas de pronto
con el único amigo que poseo
-reflejos de caldero por sus crines
y todo el corazón puesto en la boca-
decido volver grupas y enfrentarme
a una muerte segura, inevitable.
Recupero en mis manos el clarín de la aurora,
saco del tahalí la escasa cantidad
de mínima esperanza que aún me queda
y, armado de estas prendas,
camino hacia el combate.
Sé que así ocuparé el único trono
que aguarda a los valientes:
un lugar en el reino de los necios,
sin otro premio que la murmuración
ni otra estima que una piedad insana.
Pero con gusto cambio esa ventura amarga
que renuncia a las joyas, los premios, el poder...
pero no acata el miedo.
Volver a Pedro Jesús de la Peña
Rafael.-
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