Piedad Bonnett

Piedad Bonnett es una escritora oriunda de Colombia, nacida en el municipio de Amalfi en el año 1951. Posee, entre otros títulos académicos, la licenciatura en Filosofía y Letras y ha dictado clases en su alma máter desde el año 81. Ha cultivado la lírica, la narrativa y el drama, y sus escritos están íntimamente ligados a su propia vida, desde el punto de vista de una persona que ha crecido en una tierra donde la discriminación y la violencia han hecho estragos. Cabe mencionar también su trabajo en el campo de la crítica literaria y su incansable labor de promoción cultural, especialmente de la poesía de su país.
Entre sus poemarios, se encuentran "De círculo y ceniza", "Todos los amantes son guerreros" y "El hilo de los días", que la hizo merecedora del Premio Nacional de Poesía en el año 1994. Por otro lado, resaltan sus obras de teatro "Gato por liebre" y "Se arrienda pieza", que han sido representadas en numerosas ocasiones, y sus novelas "Para otros es el cielo" y "El prestigio de la belleza". Asimismo, Piedad es autora de cuentos, ensayos, y traducciones. Presentamos a continuación algunos de sus poemas, como ser "En consideración a la alegría".

Poemas de Piedad Bonnett

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Piedad Bonnett:

Confesión

Para tus ojos
quisiera yo beber el agua dulce azogue,
y amanecer cubierta de polvos de metales
como una joven faraona muerta.
Robarle su color a los almendros,
y hundiéndome en el lodo feroz de los pantanos
lustrar mi desnudez
para tus ojos.
Recuperar la luz de las espadas
y hacerla batallar en mis pupilas.
Tornarme espléndida
como una esclava etrusca cuya cabeza calva
perturba el sueño de los mercaderes,
como iracunda araña al sol del mediodía,
como la dentadura feroz de los guerreros,
como el líquido
despertar matutino de las dianas.

(Pero todo esto no es sino literatura
y debo resignarme a sonreírte
sin existir, quizá para tus ojos).

Soledades

Exacto y cotidiano
el cielo se derrama como un oscuro vino,
se agazapa a dormir en los zaguanes,
endurece los patios, los postigos,
enciende las pupilas de los gatos.
En las mezquinas calles minuciosos golpean
los pasos de la frágil solterona
que sabe que no hay luz en su ventana.
En el aire hay olor a col hervida
y detrás de la ropa que aporrea la piedra
un canto de mujer abre la noche.
Es la hora
en que el joven travesti se acomoda los senos
frente al espejo roto de la cómoda,
y una muchacha ensaya otro peinado
y echa esmalte en el hueco de sus medias de seda.
Abre la viuda el closet y llora con urgencia
entre trajes marrón y olor a naftalina,
y un pubis fresco y unos muslos blancos
salen del maletín del agente viajero.
Un alboroto de ollas revuelca la cocina
del restaurante donde un viejo duerme
contra el sucio papel de mariposas,
mientras como una red sin agujeros
nos envuelve la noche por los cuatro costados.

Señales

La luna brilla con ese furor ciego
que es señal inequívoca
de que ha llegado el tiempo fértil del sacrificio.
Huele a la piel rayada de los tigres,
a orquídea que se abre,
al humus que comienza a oscurecer la lluvia.
En un sueño de ríos y serpientes
naufraga la muchacha envuelta en llanto
y sus pechos recientes se estremecen
con un temblor antes desconocido.
La muñeca que abraza tiene los ojos muertos.
Y el ángel de la guarda
marca una cruz con sangre sobre sus muslos blancos.

Canción

Nunca fue tan hermosa la mentira
como en tu boca, en medio
de pequeñas verdades banales
que eran todo
tu mundo que yo amaba,
mentira desprendida
sin afanes, cayendo
como lluvia,
sobre la oscura tierra desolada.
Nunca tan dulce fue la mentirosa
palabra enamorada apenas dicha,
ni tan altos los sueños
ni tan fiero
el fuego esplendoroso que sembrara.
Nunca, tampoco,
tanto dolor se amotinó de golpe,
ni tan herida estuvo la esperanza.

Armonía

Oye cómo se aman los tigre
y se llena la selva con sus hondos jadeos
y se rompe la noche con sus fieros relámpagos.
Mira cómo giran los astros en la eterna
danza de la armonía y su silencio
se puebla de susurros vegetales.
Huele la espesa miel que destilan los árboles,
la leche oscura que sus hojas exudan.
El universo entero se trenza y se destrenza
en infinitas cópulas secretas.
Sabias geometrías entrelazan las formas
de dulces caracoles y de ingratas serpientes.
En el mar hay un canto de sirenas.
Toca mi piel
temblorosa de ti y expuesta a las espinas,
antes que el ritmo de mi sangre calle,
antes de que regrese al agua y a la tierra.

Nocturno

Mi noche es como un valle reluciente de huesos.
La piel arena, sílice. Los labios agrietados.
Una cruz de ceniza sobre el vientre desnudo.
Heme aquí entre malezas, entre ortigas,
muerta de cara al techo de mi alcoba,
con la luna bailando en mi pupila
y el corazón como una liebre herida
que persiste en vivir. Quizá algún día
un enjambre de abejas fabrique su colmena
cerca de mí. Quizá algún día
me despierte el zumbido de su vuelo
sobre mis ojos, sobre mi garganta
y reverbere el cuerpo, luminoso,
como un antiguo mar que alza sus olas.

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