Seda oscura sobre tus piernas,
qué paradójico ataúd;
veo surgir de hondas cisternas
los mástiles de la inquietud.
Rueda en el lánguido sulfato
de sus miradas de candor,
el puñal del asesinato
entre los juegos del amor.
Cuando los labios sitibundos
beben en su boca feliz,
se le adelgaza la nariz
como la de los moribundos.
En el ritmo de su cadera
palpitan los flancos del mar,
la sangre de la primavera
y el dulce veneno lunar.
Aunque limpia de desengaños
la joven frente alza marchita;
parece que tiene mil años
como nuestra madre Afrodita.
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