Eras como el agua:
No te detenías ante la piedra
y rodeabas jardines y vientos
para llegar a la rama o al canto.
Igual que las niñas
jugabas al filo de las ventanas,
peligrosa,
desnuda,
estrella que brinca descalza.
Tu alma era tu red
y caíste en ella tantas veces que aprendiste mi nombre.
He vuelto a caer, me decías.
Eras el pie que tropezaba con la misma huella
y te buscabas en mi piel cada noche
(¿En qué parte de mis latidos entraba tu risa,
en qué lugar de mi voz erraba tu nombre,
a qué hora decidías venir que mis brazos se abrían antes de verte?)
Besabas como buscando salidas,
como un ciego que salta de una avioneta y espera.
Después me mirabas con la mirada cerrada
y sólo tú sabes lo que mirabas por dentro.
Caías directa a mi tierra
buscando raíces como la lluvia:
llovías entre niebla, caricias y rayos
y te ibas azul, transparente y lejana.
Soñabas lo que soñó la poesía
y te dio miedo que se cumplieran las palabras entre tus piernas.
Dijiste que nunca te di nada.
Es verdad,
yo sólo te rodeé con tus brazos,
te rodeé con tu alma,
para que no te pasara nada
mientras te dabas.
Eras ritmo, mujer, música.
Yo sólo abrí la puerta,
acerqué la silla
y me senté a escucharte.
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