Porque pensaste que mis besos cubrirían las fuerzas del destino
cuando tu singular confianza se hizo trizas, humo herido,
bajaste el pensamiento al fondo de tu alma
y me llenaste el corazón de gestos y palabras.
Yo me quedé mirando sobre el hosco crepúsculo,
exprimiendo en la tarde mis angustiados frutos,
creyendo en lo posible de que el amor perdure
porque los ojos brillan de lágrimas y luces.
Quise llegar a ti alargando mis dedos impalpables
y naufragó el afán siguiéndote en el viaje,
esa fuga de formas del paisaje doliente
amarga como el peso de niebla de la muerte.
Pasaron unos pájaros con alas infinitas;
después no imaginaba siquiera tu sonrisa.
La voz de las estrellas era un quejido incierto
en esa doble noche ladrada de recuerdos.
Nadé en mares de sombras, pensé cosas muy raras,
busqué coral y perlas para adornar tu cara,
mientras gotas de plomo azotaban mi sueño
y la vida era triste rosal mustio y enfermo.
Quise hundirme al abismo y me mantuve a flote
más bien como un cadáver colgando de la noche
que como un prisionero en cárceles de olvido
que gira locamente entre algas y conflictos.
Pasaron unos pájaros con alas plateadas
y fuiste adelgazando hasta quedar en nada,
y murieron las lluvias, y cesaron las olas;
por las puertas del alba se marcharon las sombras,
y al juntar nuevamente los quebrados anhelos
encontré tus pisadas florecidas de hielo.
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