-¡Jueces, justicia!-, sin cesar repito.
Ronca, impotente, voy por los juzgados,
peores que sepulcros bien sellados
que me cortan la voz cuando les grito.
Libres, impunes de su gran delito,
una mujer y un hombre, dos malvados,
mancharon con peritos sobornados
mi limpio nombre en cada verso escrito.
Montones de sumarios en espera.
Alguien con quien tropiezo en los pasillos,
puede sufrir mi causa infamatoria,
pensando que algún día Dios quisiera
que la invidente de los dos platillos
distinga bien el oro, de la escoria.
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