Latfi pregona chicles por los trenes
desde Sousse a Mahdia.
Arrastra su bastón
de primera a segunda:
en la mano una caja
de fresa y clorofila.
¡Clorofile, clorofile!
(el cuello sudoroso,
sucio el vagón,
la empuñadura sucia),
impasible repite su romanza.
La gente con que choca
ni compra ni le mira.
La suerte le ha elegido
tan sólo el sobresalto:
la puerta que barrunta,
el pícaro, los codos,
el franco del turista.
Del mar a las salinas
(asceta de la luz),
en vez de claridad el Sur le ofrece
la noche más oscura.
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