Hombres,
con nuestro planeta de polvo
y nuestros cetros de carne,
somos estirpe que tuvo
leche madrastrera de loba,
cuyo pelaje,
nuestra herencia de hijastros,
llevamos escondido en los huecos secretos
de nuestro cuerpo.
Hombres,
somos todos hijos de la misma
madre desombligada y
llevamos todos la ustión
del oxígeno de la primera respiración
(¿pueden contemplar que
un bebé parido
es la muerte de la unión y que
hemos sido todos abandonados acá?)
Hombres,
acordémonos
(nos hará bien)
que no somos más que
la degeneración del hombre primitivo
y nos calienta el sol de hace 8 minutos,
y vemos brillar estrellas
muertas ya.
De La carne del tiempo, Editorial Artificios, Bogotá, 2002
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