Crepita el glaciar del cielo,
se anuda al pecho liso de la luz
como una caracola incandescente.
El glaciar alisa los cráteres malditos
y se enfrenta al poder de la masacre
como un halcón de pico congelado
y unas pequeñas alas de amuleto.
Sortea las pavesas de la tarde
con una pulsación estéril, vaga
por los contornos de los cantos míseros
que dan la bienvenida a la tiniebla.
Se detiene con las anginas toscas
de ese cielo que al despuntar el día
desangra amaneceres como un lápiz.
Y sueña al derretirse con la nieve,
enraizada en el espacio cósmico,
por quien renacerá en la noche nueva.
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