Invierno, viejo amigo, se apaga ya tu pipa;
el humo de la niebla me invade la nariz.
Un lácteo sol, con tierna maternidad, disipa
la hiposa tos del humo que da la bruma gris.
Paterno sol de leche, la nata de la bruma
flota en la fresca fronda de un árbol y, todo es
una plenilunaria palpitación de espuma
que invade en liros sacros la gracias de tus pies.
De pronto sobre el arco de las frentes, la altura
joven de toda herrumbre se pone a estar feliz.
Con el rostro azulado después de la rasura
mi viejo amigo explota su muerta barba gris.
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