A Jorge García Sabal y Alfredo Veiravé
Asumo
en huesos frágiles
el esplendor del ser y su destierro
mi médula salvaje
mi ambigüedad
tajeada por las uñas de Dios.
1
El cuerpo.
Sólo somos
su huésped transitorio.
Su más desheredado habitante
mortal.
2
Desde
el alba del hueso
la carne
es un latido anterior a sí misma.
3
La carne
sólo piensa cuando el pulso vacila
y en su lugar se instalan
los enigmas.
4
Cuando la carne aúlla
o se desangra
el hombre resplandece en su verdad
de sed
de lumbre y brama.
5
Entre la carne altiva
y sus jirones
un cielo sumergido todavía
sin playas.
6
La carne.
Su batalla
entre la seducción y el desengaño.
De lo humano
hereda la imprudencia y el goce
de exponer su intemperie desnuda
ante los astros.
Como único escudo
la piel.
Ese milagro.
7
Mis pieles sucesivas
obsesivas
fueron aniquilándome
devastándome
al parecer en apariencia
y rescatarme luego
en carne viva.
8
Nuestros pequeños universos
huyen
como huyó todo lo que sombra tuvo
y fue
bajo la piel.
9
Llevo
en carne abierta
los trofeos
de la resurrección y el desarraigo.
Y en los cuerpos ajenos
el gran riesgo
de amarlos.
10
Amo
esta carnadura
que sigue contemplándome
debajo de mis párpados.
Amo
esta muerte viva
clandestina
que siempre se me muere antes de tiempo
y siempre resucita.
11
Quizá
tras evadirme de las venas
y el tiempo
sueñe volver a ser junto a mi sombra
el reverso del fuego.
12
El fuego.
Siempre el fuego.
Nadie
podrá jamás avasallar
su llama
sin apagar el mundo.
13
La carne
es una amante
que hasta el fin se desnuda.
En ella
hasta el dolor se asemeja
al deseo.
14
Los instantes
son ya evanescencia.
Si nos desintegramos
es para asir mejor la madera
infinita.
15
Agotado el combate
la soledad nos nace como una herrumbre
estéril abierta impredecible
en su aire de piedra.
16
Como zona de riesgo
elijo el espejismo de mi primera
eternidad.
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