Ana Emilia Lahitte

Poemas de Ana Emilia Lahitte

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Ana Emilia Lahitte:

Amantes clandestinos



Uno
va internándose
en la fatiga horizontal que llega
a seducir los huesos
y el silencio
como si fuesen huéspedes fugaces
o amantes clandestinos.
Y un día
nos sorprende descubrirnos
dueños de una morada
abierta a la intemperie de toda soledad.


Vamos tendiéndonos
junto a nuestra sombra arropándonos con ella.


Hay un cambio de piel
que nos desnuda.


Y la fatiga invade.
Murmura otros idiomas
que no son extranjeros pero emplean
sin voz
otras palabras.


Para no herirnos.
Para no decirnos que hemos comenzado
a habitar el adiós.

Gironsiglos


(a Enrique Molina)



Junto al manso D´Amicis de mi infancia / recela el siglo en celo de sus Emmas rapaces / de sus hembras con filo de alhucema. / El Flaubert de mi madre / huele a hastío / a musgo / a discreción. / Huele a cuero de Rusia el D´Annuncio vedado. / (La decencia era un rito / un embrión de sándalo. / Era indecente el sexo de Picasso) / Todo gime clausura / humedad de gusanos pulcramente engendrados. / Nuestra noche estrellada incuba radioactivos / girasoles de llanto.

Escucha los colores de Trakl / las aguas vivas de su incesto. / Hay llagas que jadean / desalojan el Duino. / “Todo ángel es terrible”.../ Escucha los mandalas de Pessoa / el dios cojo de Artaud / el sur de Gelman. / Paren de pie palabras terminales / que jamás nacerán / aunque renazcan de la muerte de todos. / La cacería humana ignora esas palabras / su proa de mandrágoras. / Nunca comprenderán / que ante huesos que piensan / callar es una fragua.

Sofismas de Claudel anunciar a María. / Marilyn se desnuda en nalgas del verano. / Fue una cortesía de Sartre / convocarnos para entrar en la nada. / Nos autoconvocamos para entrar a Ana Frank / a Biafra / a Chernobyl / enfundados de amianto. / Borges entró en la muerte como en una fiesta. / No fuimos conjurados.

Desdeñada por Joyce / seducida por Marx / violada por Freud / Scherezade se ahorca con albatros. / Marguerite Yourcenar se opusnigra para sus funerales aún lejanos. / Su ardilla memoriosa / le sugiere morir / cuando Adriano ya no lea el silencio. / Duras-Resnais / procuran convencerme de que el sol de Hiroshima / no habrá de aniquilarnos. / La nuestra sigue siendo una raza en exilio. / Sólo el Mono Gramático está a salvo. / Quedan abiertas tumbas. / Los muertos desertaron.

Corroe el arco iris la ausencia de los pájaros. / En las computadoras / el amor se oruga kafkianamente / en textos para incautos. / El tiempo ya no existe / no ha existido nunca. / ¿Saberlo es necesario? / El hombre / ese quasars apagado. / Filma Visconti. / Mahler resplandece / junto al intocado candor de los pantanos.

La niña extraña


Tenía un grillo entre las sienes
y sabía decir mariposa.
Lo demás lo ignoraba.
Un día descubrió que Dios no era una alondra.
Otro día
les dijo a las simientes
que sería más lindo brotar alas.
Al fin
se convenció de que en el mundo
hay demasiadas cosas sabias.
Y se fue despacito,
caminando,
caminando hasta el alba.

Posdata


La toma de conciencia
de haber sido burlados a destiempo
llega después
cuando el morir se ha vuelto
un latido obsesivo.
y acompaña los pasos.

Altri tempi


Las salas enfundadas como inmensas corolas. Y un secreto soleado:
el país de los patios. (Se decía glicina, heliotropo, diamela,
como hoy se dice ADN, sidaico). Aquel cielo privado,
con chicos y canarios y huertos y murales de macetas pintadas,
era de veras cielo. (Entonces lo ignorábamos).
Nunca imaginamos que lo fuese, hasta ahora, en que hemos
cumplido nuestros propios infiernos. Aquellos cielos
bajos, a ras de tierra, humanos. Todavía a salvo. Allí donde ser niño
era tener abuelos en la casa y amarlos,
dejándolos vivir libres de vaciaderos de viejos:
adiestrados espectros que siempre se demoran demasiado
en morir y dejar limpio el mundo,
que ya no tiene patios, ni destino, ni tiempo.

Ser niño era pedirles que nos dieran la mano, porque teníamos miedo.
Y volver a pedirles que nos contaran cuentos, (que eran verdad,
ahora lo sabemos). Y llorar junto a ellos penitencias y encierros:
“había que educarnos...” (Se decía señor y plegaria,
respeto, con manso olor a incienso y a sopa obligatoria,
a almidones y ungüentos).

Se decía Maestro y en el cuaderno único cabía el universo.
El padre, con arrestos de patriarca doméstico, tenía “autoridá”.
Y la madre, dulzura (por amor o por tedio).
Lo cierto es que la casa nunca estaba vacía
(la mesa familiar, otra inútil reliquia) y la abuela, el abuelo
-una especie de puerto del buen regreso-
eran sencillamente viejos: con todos los derechos a morir
en su casa, en su cama, en su llaga, en su pulso, en su tiempo.
Sin adiós intensivo. Sin pactos terminales de abandono y silencio.
En fin, sólo fantasmas de cielos y otros tiempos.

La inadvertencia


(a María Rosa Lojo)

Hemos hablado de los hombres y de cuanto les ocurre a los hombres,
como si la humanidad fuese un planeta inmerso en nuestra sombra.

Hemos creído despoblar el silencio
nombrando cada cosa, encadenándola y encadenándonos
a su significado.
Sin advertir que cada ser genera mundos breves que huyen hacia la libre
prisión del universo.

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