Cada vivir ha de tener su espacio,
su dolor y su fiebre,
su ramo de congojas.
También su propio aire hecho a medida,
aunque a mares le sobre, porque encoge,
aunque a trozos le falte, si tallece.
Pero es la vestimenta que lo tapa
y la caricia fresca que lo aroma.
No debemos robar aires ajenos
ni pisarles la sombra que les duele,
más bien dejar que pasen,
y en su mano
poner en flor abierta nuestros dedos
para sembrar la paz en los rastrojos:
unánimes al canto y a la pena.
Dejemos respirar, y respiremos,
y así cada respiro tenga un hueco
y una estancia feliz donde posarse.
Entonces ya podremos perdonarnos
la inconsolable culpa de estar vivos.
Volver a Antonia Álvarez Álvarez
para beber verso a verso cada gota de belleza pura.
Muy bonito y lleno de buenas ideas es tu blog.
Un abrazo, desde Belo Horizonte, Minas Gerais - Brasil.
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