Poemas de Antonia Álvarez Álvarez
- A medida
- Así me voy
- En la mirada
- La fuente del tiempo
- La guerra
- Pasiva refleja
- Respiro
- Se salva el trino
- Sólo allí
- Tu nombre
- Violeta
Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Antonia Álvarez Álvarez:
La guerra
La guerra tiene labios azulados,
ojos de soledad, carne de frío,
campos de noche eterna, gesto airado,
inviernos sin otoño y sin estío,
la guerra...
tiene niños asombrados,
manitas de miseria y extravío,
cierzos que cortan vidas y sembrados,
grises atardeceres, sol sombrío,
la guerra...
tiene dientes afilados,
cuchillos de acerado desafío,
boquitas de hambre triste y rostro helado,
inmensa podredumbre hacia el vacío,
la guerra...
tiene el ceño ensangrentado,
harapos y negrura de atavío,
alaridos sin nombre y sin soldado,
desbordadas las venas, turbios ríos.
La guerra...,
sal en la herida abierta de la tierra
Tu nombre
Voy perdiendo tu nombre
por caminos y plazas,
por cristales sin vidrios,
por resquicios
sin sol;
hace frío en mis ojos
-era hoguera tu nombre-,
y una lluvia de olvido,
sin querer,
lo apagó.
Todo lo era tu nombre:
los sabores, la fruta,
el color de la tarde,
la caricia,
la flor...
Sólo quedan dos letras
que tiritan, perdidas,
en desvanes sin dueño,
esperando
el adiós.
A medida
Cada vivir ha de tener su espacio,
su dolor y su fiebre,
su ramo de congojas.
También su propio aire hecho a medida,
aunque a mares le sobre, porque encoge,
aunque a trozos le falte, si tallece.
Pero es la vestimenta que lo tapa
y la caricia fresca que lo aroma.
No debemos robar aires ajenos
ni pisarles la sombra que les duele,
más bien dejar que pasen,
y en su mano
poner en flor abierta nuestros dedos
para sembrar la paz en los rastrojos:
unánimes al canto y a la pena.
Dejemos respirar, y respiremos,
y así cada respiro tenga un hueco
y una estancia feliz donde posarse.
Entonces ya podremos perdonarnos
la inconsolable culpa de estar vivos.
Así me voy
Así me voy de ti,
como el estío,
deslizando su mansa inmensidad de siesta
hacia la tibia umbría del otoño
de colores maduros y aromados,
y sabor a olvidanza.
Así,
después del sol a mediodía
-plenilunio de luz y de latido-,
hacia el rubor más núbil de las hojas.
Con el tiempo en las manos:
lentamente a la ausencia.
Sólo allí
Salpiqué los rincones de gotas de esperanza,
y a la alcándara muda
encadené los trinos del pájaro encantado.
Sólo allí renacía,
allí sólo, en silencio,
la mágica certeza de la vida que canta.
Emborroné las horas de luces y de espigas,
y en los huecos del aire
dejé escurrir la lava del oro del poniente.
Sólo allí se resume,
allí sólo, albergada,
la lasitud que expira sobre el sur de la noche.
Despegué de los ojos la flor de las aliagas,
y en un campo espinado
quise enredar las almas errantes del poema.
Sólo allí quedé ciega.
Allí sólo, asombrada,
pude ver desde dentro la luz de los tesoros.
Respiro
Pero la vida, ¡ah!,
pero la vida...,
tacto del tiempo, túmulo de instantes:
un respiro,
una muerte,
otro respiro.
Qué saberse, sin más, sobre la tarde.
Ni lágrimas ni risas hacen falta.
Para la vida, el aire.
Sólo el aire.