Fingía un rostro en el aire (hambre y marfil
de los hospitales andaluces); en la extremi-
dad del silencio, él oía la campanilla de los
agonizantes. Nos miraba y nosotros sentía-
mos la desnudez de la existencia. Velozmente,
abría todas las puertas y derramaba el vino so-
llozando, nos mostraba las botellas vacías.
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