Poemas de Antonio Gamoneda
- Blues del cementerio
- Detrás de la oscuridad...
- El vigilante de la nieve (I)
- El vigilante de la nieve (II)
- El vigilante de la nieve (III)
- El vigilante de la nieve (IV)
- El vigilante de la nieve (IX)
- El vigilante de la nieve (V)
- El vigilante de la nieve (VI)
- El vigilante de la nieve (VII)
- El vigilante de la nieve (VIII)
- El vigilante de la nieve (X)
- El vigilante de la nieve (XI)
- Incandescencia y ruinas (I)
- Incandescencia y ruinas (II)
- Incandescencia y ruinas (III)
- Incandescencia y ruinas (V)
- Incandescencia y ruinas (VI)
- La luz hierve...
- La memoria es mortal...
- Miro mi desnudez...
- Música de cámara
- Propongo mi cabeza atormentada...
- Ví lavandas sumergidas
- Vienen con lámparas...
Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Antonio Gamoneda:
Blues del cementerio
Conozco un pueblo no lo olvidaré
que tiene un cementerio demasiado grande.
Hay en mi tierra un pueblo sin ventura
porque el cementerio es demasiado grande.
Sólo hay cuarenta almas en el pueblo.
No sé para qué tanto cementerio.
Cierto año la gente empezó a irse
y en muchas casas no quedaba nadie.
El año que la gente empezó a irse
en muchas casas no quedaba nadie.
Se llevaban los hijos y las camas.
Tenían que matar los animales.
El cementerio ya no tiene puertas
y allí entran y salen las gallinas.
El cementerio ya no tiene puertas
y salen al camino las ortigas.
Parece que saliera el cementerio
a los huertos y a las calles vacías.
Conozco un pueblo. No lo olvidaré.
Ay, en mi tierra sin ventura,
no olvidaré a mi pueblo.
¡Qué mala cosa es haber hecho
un cementerio demasiado grande!
Detras de la oscuridad
Detrás de la oscuridad están los rostros que me han abandonado.
Yo ví su piel trabajada por relámpagos. Ahora
ya sólo veo, en el instante amarillo,
el resplandor de sus lejanos párpados.
Musica de camara
I
Si pudiera tener su nacimiento
en los ojos la música, sería
en los tuyos. El tiempo sonaría
a tensa oscuridad, a mundo lento.
Mezclas la luz en el cristal sediento
a intensidad y amor y sombra fría.
Todavía silencio, todavía
el sonido no tiene movimiento.
Pero llega un relámpago; se anudan
en los ojos lo bello y lo potente.
La fría sombra se convierte en fuego.
La belleza y el ansia se desnudan.
La música se eleva transparente.
Oh, sonido de amor, déjame ciego.
II
Yo, sin ojos, te miro transparente.
En la música estás, de ella has nacido;
de este grito de luz, de este sonido
a mundo amado luminosamente.
Y yo escucho después -agua creciente-
a la música en ti: todo el latido,
todo el pulso del aire convertido
a tu belleza, a tu perfil viviente.
Tumba y madre recíproca, del canto
orientas a tus venas la agonía,
y tus ojos asumen su potencia.
Oh prisión de la luz, después de tanto,
ya veo en el silencio: la armonía
es tu cuerpo, tu amada consistencia
El vigilante de la nieve I
El vigilante fue herido por su madre;
describió con sus manos la forma de la tris-
teza y acarició cabellos que ya no amaba.
Todas las causas se aniquilaban en sus ojos.
La luz hierve
La luz hierve debajo de mis párpados.
De un ruiseñor absorto en la ceniza, de sus negras entrañas musicales, surge una tempestad. Desciende el llanto a las antiguas celdas, advierto látigos vivientes
y la mirada inmóvil de las bestias, su aguja fría en mi corazón.
Todo es presagio. La luz es médula de sombra: van a morir los insectos en las bijías del amanecer. Así
arden en mí los significados.
Miro mi desnudez
Miro mi desnudez. Contemplo
la aparición de las heridas blancas.
Envuelto en sábanas mortales,
bebo en las aguas femeninas
la dulzura y la sombra.