Desde que era muy niño, saltaba de alegría
cuando la fresca lluvia de los cielos caía.
Chorros de los tejados, vuestro rumor tenía
el divino silencio de la melancolía.
Los niños con las manos tapaban sus oídos,
y oyendo con asombro los profundos sonidos
del corazón, que suena como si fuera el mar,
sentían un deseo supremo de llorar.
Y como por la lluvia, todo era interumpido,
se bañaban las cosas en un color de olvido.
Y vagaban las mentes en un ocio divino,
muy propicio a los cuentos de Simbad el Marino.
Las lluvias de mi tierra me enseñaron lecciones...
con Alí Babá, pasan los cuarenta ladrones.
Y cantaban mis sueños en la noche lluviosa:
Lámpara de Aladino, lámpara milagrosa!
Y al caer de la lluvia, la criada más antigua
desgranaba sus cuentos en una forma ambigua.
Otro de los milagros que en la lluvia yo canto
es que, al caer sus linfas, se pone un nuevo manto
mi ciudad, que al lavarse... yo pienso en una de esas
austeras e impecables ciudades holandesas:
una ciudad lavada, sin polvo, nuevecita,
donde reza el aseo de su plegaria bendita...
Son todos los caminos como flor de aventura
para el dulce Quijote de la Triste Figura.
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